Desde que era muy niño, he sentido una gran fascinación hacia el arte paleolítico. Siempre que tengo ocasión me gusta visitar las cuevas y abrigos prehistóricos, y sobre todo aquellos que albergan testimonios de las más tempranas manifestaciones del genio artístico de la humanidad. Sobre alguna de estas visitas, como por ejemplo la que hicimos Pilar y yo a la reproducción de la cueva de Lascaux en julio del año 2005, ya he dado cuenta en este blog.
Este año también hemos emprendido alguna excursión paleolítica por tierras asturianas y cántabras, aprovechando unos días de vacaciones en la localidad de Ribadesella, que nos ha obsequiado generosamente con sidra, leticias, pescado fresquísimo, bellos paisajes y otras delicias cantábricas, como la lluvia en todas sus variantes, desde el melancólico orbayu al chaparrón veraniego en toda regla. Somos chicarrones del norte y por tanto las inclemencias meteorológicas no nos han arredrado, pero es que además Asturias abunda en atractivos que el visitante no debe ignorar aunque caigan chuzos de punta.
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