No es que mi vida de profesor esté repleta de anécdotas tronchantes, aunque haberlas haylas. La que figura a continuación es probablemente la más sabrosa y, junto con la del tren de ayer, la que más veces he contado. Tantas que, en más de una ocasión, algún compañero de fatigas me ha dicho: «Eduardo, para ya, que ya me has repetido tres veces esa historia con el profesor de las magdalenas”.
Resulta que yo estaba destinado en el I.E.S. «Picos de Urbión», de Covaleda (Soria), y que ejercía el cargo de Jefe de Estudios del Instituto. Teníamos por entonces (debía de ser el curso 1992-93 o el 93-94) unos cuantos alumnos díscolos, que habían pasado a 1º de Bachillerato desde la R.E.M. con pocas ganas de estudiar y muchos proyectos de travesuras en el magín. Una de ellas fue salir indebidamente del instituto, acercarse a un supermercado cercano y afanar un par de cajas de magdalenas Martínez. Según se supo luego, las escondieron por los alrededores del centro y, durante los recreos, se las apañaban para visitar el escondite y ponerse morados de bollería.
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