Se ha dicho muchas veces que la actitud del lector de novelas es, básicamente, la de un voyeur. En efecto, todos los lectores de novelas desempeñamos el papel del mirón que se arrellana cómodamente en la butaca favorita de su salón y observa a través de su ventana las vidas que la ficción narrativa despliega ante sus ojos. No pretendo sugerir, Dios me libre, que los aficionados a las ficciones narrativas seamos mirones más contumaces o impertinentes que cualesquiera otros. De hecho, pienso más bien al contrario, pues en una época tan dada al voyeurismo como la nuestra, en la que el escrutinio de las vidas ajenas y la exaltación de las trivialidades alimentan tantos y tan variados reality shows televisivos, revistas del corazón y más modernamente, muchas de las manifestaciones de las redes sociales, los lectores de novelas somos miembros de un club minoritario de mirones, sí, pero al fin y al cabo respetuosos, civilizados y pacientes.
Cabe argumentar que la lectura de textos narrativos es una experiencia muy diferente a las demás que acabo de citar, lo cual es tan obvio que apenas merece comentario, pero creo que entre todos ellos existe una continuidad que responde a una pulsión universal de los seres humanos: la necesidad de escudriñar, tamizadas por el filtro de la ficción, las vidas de nuestros semejantes. La importancia de ese tamiz ficcionalizador es esencial, ya que, en sus formas más elaboradas y complejas, la ficción no se limita a representar la multiforme y caótica variedad de lo real (un propósito en rigor imposible, como es bien sabido), sino que aspira a ordenarla, interpretarla y darle algún sentido. Por eso, cuando el objeto de la atención del espectador de vidas ajenas no es el episodio de un culebrón televisivo o el enésimo chascarrillo de Twitter o YouTube, sino una novela protagonizada por una multitud de personajes cuyas vidas es preciso seguir a lo largo de casi un año, y algo menos de seiscientas páginas, cabe concluir que la figura de ese voyeur pasivo y prototípico que se deleita con las penas y alegrías de sus vecinos se ha transformado en algo muy distinto, en algo así como el intérprete de sus destinos, en los que tal vez encuentre el eco de su propia trayectoria vital.
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