No conozco todas las novelas del tándem Douglas Preston y Lincoln Child, pero con las seis que he leído (El ídolo perdido, Nivel 5, El relicario, Más allá del hielo, Los asesinatos de Manhattan, y esta última que acabo de terminar, La mano del diablo) creo que ya he conseguido cogerle el tranquillo a esta pareja de novelistas norteamericanos, practicantes de un género que combina, a mi modo de ver con bastante acierto, lo policíaco, el suspense, el horror y los elementos tecnológicos. Thrillers de alta tecnología, podría ser la etiqueta adecuada para sus novelas, casi siempre de lectura apasionante, que complementan su innegable vocación de superventas con un cierto brillo cultural y, de vez en cuando, estimables cualidades literarias.
Probablemente La mano del diablo no sea la mejor de sus obras (una posición que en mi particular escala de valores habría que conceder a El ídolo perdido o a la estupenda Más allá del hielo), pero tampoco decepcionará a los seguidores de Preston y Child, aunque no sea más que por el hecho de que en ella abundan elementos muy característicos de su narrativa: los motivos siniestros –las muertes sangrientas, los subterráneos, las presencias maléficas o infernales–, la trama tecnológica –que en este caso está bastante cogida por los pelos, aunque tiene su gracia–, los personajes de novelas anteriores –en este caso, los agentes D’Agosta y Pendergast– o incluso una cierta propensión a adornar el relato con un barniz de culturalismo literario-artístico-histórico, que llega al curioso extremo de “resucitar” para la trama a un personaje literario: el conde Fosco, uno de los protagonistas de La dama de blanco, de Wilkie Collins.
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