Con La reina sin espejo, quinta entrega de la serie dedicada a los investigadores de la Guardia Civil Bevilacqua y Chamorro, Lorenzo Silva lleva camino de convertirse –si es que no lo es ya– en el novelista de cabecera de los aficionados al género de la narrativa policial escrita en España. Puedo afirmar sin rebozo que yo espero cada una de sus novelas con impaciencia, y que las leo a paso de carga. Me consta, además, que no soy el único: Pilar y yo hemos creado a nuestro alrededor un pequeño club de fans –mis hermanos José Ángel y Amparo y mis cuñados Óscar y Ana, grupo al que pensamos añadir, en cuanto sus padres nos lo permitan, a mis cuatro sobrinos y al que viene en camino, aunque este último habrá de esperar un poquito–, cuyos miembros han disfrutado, uno detrás de otro y con insólita unanimidad, todos los libros de la serie: El lejano país de los estanques (1998), El alquimista impaciente (2000, Premio Nadal), La niebla y la doncella (2002) y el libro de relatos Nadie vale más que otro (2004).
En La reina sin espejo el lector reconocerá rápidamente todos los rasgos habituales de la serie: escenarios contemporáneos, referencias frecuentes a la actualidad social, política y cultural, personajes ya conocidos (no sólo los protagonistas, sino algunos de los secundarios, que pasan de una a otra novela con una soltura admirable) y una elaboración peculiar del relato policial, mucho menos interesada por los efectismos truculentos –no abundan en las novelas de Bevilacqua ni la violencia ni las palabras gruesas ni los desplantes– que por el retrato de los personajes, de sus motivaciones y de sus pensamientos.
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