Los méritos literarios de Estado de miedo, la última novela de Michael Crichton publicada en España, son, por decirlo de una manera elegante, más que discutibles. Los personajes no tienen la menor solidez, la trama se deshace en un conjunto deslavazado de situaciones a cuál más insostenible, y la escritura no sobrepasa un nivel crudamente funcional, sin el menor rasgo de estilo (tampoco la traducción ayuda gran cosa a mejorarla, por cierto). De hecho, estoy convencido de que se trata de una de las novelas más flojas de Michael Crichton, y seguramente también una de las más aburridas. Me caben serias dudas, además, de que se pueda considerar como una novela en sentido estricto, pues tanto por la actitud autoral que la preside como por su despliegue erudito (con gráficos, notas a pie de página y un larguísimo listado bibliográfico), se encuentra más cerca del ensayo, e incluso en ciertos aspectos del panfleto, que de los parámetros que suelen considerarse habituales en el ámbito de la ficción literaria.
Ciertamente, no es la primera vez que el autor recurre a los recursos documentales propios de la divulgación científica, que forman parte inconfundible del paisaje novelístico crichtoniano y del peculiar estatus ficcional de eso que, a falta de mejor nombre, suele denominarse tecnothriller. Quizás convenga aclarar que yo no tengo ningún prejuicio especial contra esta clase de relatos o contra su autor. Antes al contrario, Crichton me parece un escritor muy interesante, con magníficas obras no sólo literarias, sino cinematográficas; además, las novelas de intriga tecnológica me gustan, y no tengo empacho en comentarlas en mis reseñas de Lengua en Secundaria o de La Bitácora del Tigre. Lo que ocurre es que Estado de miedo apenas si puede considerarse una novela en el sentido cabal del término, ya que carece de la imprescindible distancia entre la voz del autor y la perspectiva dominante, y la trama de ficción (una conspiración de un grupo ecologista radical que pretende provocar, con el concurso de diversos medios tan tecnificados como inverosímiles, una serie de desastres atribuibles a los efectos del cambio climático) carece de la menor autonomía, puesto que sólo sirve al propósito de justificar las tesis de su autor, a saber: que no existen pruebas fiables de un aumento significativo de la temperatura media de la Tierra como consecuencia de la actividad antrópica, y menos aún de que tal aumento vaya a provocar un cambio climático abrupto y catastrófico.
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