En los últimos días, he comprobado cómo unos cuantos compañeros blogueros se han sumado al manifiesto «Soy un blogfesor» (o a su versión de género femenino, «Soy una blogfesora»). En un primer momento, estuve tentado de adherirme, incluso a pesar del barbarismo tan poco eufónico que da nombre a la iniciativa y a cuya difusión yo mismo, con inconsecuencia digna de mejor causa, he contribuido alguna vez (véase, por ejemplo, «El Tigre en Tagzania», mi colaboración con el meme que recientemente convocó Bitácora del galeón).
Lo que finalmente me disuadió de sumarme a esta iniciativa no fue su título (aunque es cierto que hubiera preferido algo así como «Soy un profesor bloguero»), sino el contenido del manifiesto. No tengo ningún inconveniente en suscribir la mayor parte de sus afirmaciones, pero hay algunas que me producen cierta inquietud. Antes de exponerlas, quiero dejar bien claro que respeto las razones que otros colegas han tenido para sumarse a esta iniciativa. Yo expongo los motivos que me inducen a discrepar de ciertos principios enunciados en el manifiesto, con algunas consideraciones que me parecen de interés para la blogosfera educativa.
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