Hoy me han contado una anécdota estupenda: un profesor universitario, conocido por su rigor y severidad (un “hueso”, vamos), se entrevista con un alumno, que reclama la calificación de un examen (suponemos que negativa, o al menos inferior a la que éste consideraba justa). El alumno no se da por satisfecho con las explicaciones del profesor y en determinado momento señala: “pero es que usted no sabe quién soy yo”.
El profesor, herido en lo más hondo, comienza a subirse por las paredes ante lo que considera un intolerable intento de intimidación y una falta de respeto. Otro colega universitario escucha el escándalo que comienza a montarse e interviene. Al final, después de mucho templar gaitas y pedir serenidad a unos y otros, se consigue averiguar la verdad: el profesor había confundido el ejercicio del reclamante con el de otra persona; el alumno, al darse cuenta del error, se lo había advertido con la mejor de las intenciones, pero el docente malinterpretó la observación, con los resultados ya sabidos.
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