Veo con desagrado que cada vez son más habituales en la blogosfera educativa las manifestaciones públicas de profesores que no tienen empacho en meter el dedo en el ojo a sus compañeros, a menudo con muy débiles argumentos. A mi modo de ver, este tipo de intervenciones -en el caso que nos ocupa, acerca de los exámenes de recuperación en Secundaria- son un síntoma de un fenómeno cada vez más frecuente en todos los órdenes, no sólo en el educativo: la utilización de las grandes palabras que afirman defender hermosos principios progresistas como una coartada bajo la que se cobijan toda clase de simplificaciones abusivas, cuando no discursos hueros y altisonantes, más propios del tono fogoso del mitin que del ámbito docente.
En circunstancias normales, no me hubiera decidido a expresar por escrito mi rechazo a este tipo de actitudes, pues ello da pie a polémicas que en última instancia resultan poco edificantes y aún menos productivas. Sin embargo, hay asuntos en los que uno se siente personalmente aludido y profesionalmente puesto en cuestión, y que obligan a poner algunos puntos sobre sus respectivas íes.
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