La filmografía de John Ford abunda en películas inolvidables en todos y en cada uno de sus elementos: argumento, personajes, escenarios, fotografía, estructura narrativa… Cuesta cierto esfuerzo, sin embargo, recordar de entre tantas obras memorables alguna que destaque por su banda sonora, circunstancia que el propio Ford tal vez avaló inconscientemente con una de sus célebres boutades, a la que no le falta un sólido punto de razón: «No me gusta la música de las películas. Detesto ver a un hombre en el desierto muriéndose de sed con la orquesta de Filadelfia detrás de él» (citado por Joaquín R. Fernández en Breve historia de las bandas sonoras).
A la luz de una declaración semejante, sería fácil suponer que a Ford no le preocupaba especialmente la ambientación sonora de sus films. Suposición aventurada, claro está, que enseguida queda desmentida con la apabullante nómina de los compositores que colaboraron con el cineasta norteamericano: Max Steiner (La patrulla perdida, El delator, Centauros del desierto), Alfred Newman (El joven Lincoln, Las uvas de la ira, Qué verde era mi valle, La conquista del Oeste), Richard Hageman (El fugitivo, Fort Apache, Tres padrinos, La legión invencible), Victor Young (Río Grande, El hombre tranquilo, El sol siempre brilla en Kentucky), Franz Waxman (Escala en Hawai), Alex North (El gran combate) o Elmer Bernstein (Siete mujeres).
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