Escribo este artículo a la vuelta de Santander, de donde he regresado muy contento: hizo muy buen tiempo (incluso demasiado calor para mi gusto), la organización y la atención del curso fueron impecables, las actividades extraescolares y complementarias, por utilizar la terminología al uso entre profesores de Secundaria, cumplieron sobradamente las expectativas y se prolongaron hasta altas horas de la noche y, aunque esté mal que yo lo diga, la ponencia me salió bastante bien.
Lo confieso ahora que ya he cumplido con las obligaciones contraídas: tenía un poco de mieditis ante el relumbrón de la UIMP y de los participantes en el curso de La lengua castellana en el nuevo marco curricular. Mientras una furgoneta de la UIMP me conducía al Palacio de la Magdalena, pilotada por un conductor que bien hubiera podido pasar por modelo de Armani, las abejas me revoloteaban en la boca del estómago. Sin embargo, como también suele pasarme, una vez en la tarima y con las herramientas de trabajo bien afiladas y engrasadas al alcance de la mano, se me pasaron los miedos en un santiamén.
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