
Hace casi un mes comenté en esta bitácora La dalia negra, la última película de Brian de Palma, basada en la novela homónima de James Ellroy. En la entrada señalé cuánto me habían gustado las novelas del escritor norteamericano, y en particular Los Ángeles confidencial y Jazz blanco, dos de las que integran el llamado “cuarteto de Los Ángeles”, y lo poco convencido que había salido de la película.
Pues bien, acabo de terminar la novela y me confirmo en lo que dije en la mencionada reseña: aunque meritorio por la calidad de su adaptación y por la eficacia en la recreación del universo angelino de hacia 1947, el filme de Brian de Palma es un pálido reflejo de la intensidad y la fuerza de esta espléndida novela negra, pródiga en violencias, corrupciones y personajes obsesivos. Un reflejo descolorido y apagado, porque en la película no hay casi nada de la tensión, la turbiedad y hasta la desesperación que recorren el relato de Ellroy.
Aunque la primera de las cuatro partes de La dalia negra ellroyiana pueda considerarse como la crónica del ascenso y éxito social de su protagonista (el policía y ex boxeador Bucky Bleichert), pronto cambia de registro y toma la abrupta y arriesgada pendiente de un viaje a los infiernos. Ese camino lo emprende Bleichert a partir del asesinato de la starlette Elizabeth Short, un crimen especialmente cruel y sádico que desata una persecución policial sin precedentes, y en la que el protagonista se implica de un modo muy personal, hasta el punto de entrentarse a las apetencias de los políticos que aspiran a sacar tajada de la investigación, los intereses de compañeros y jefes y, sobre todo, sus propios demonios personales.
La búsqueda del asesino de Betty Short (a quien la prensa bautiza como «la dalia negra») por parte de Bleichert, de su amigo y ex rival en el ring Lee Blanchard y de otros policías es una historia de continuas pérdidas: de la amistad, del amor, de la inocencia, de la fe en las instituciones y en la condición humana y hasta de la propia cordura de alguno de los protagonistas. En el desenlace de la novela (tan edulcorado en su adaptación cinematográfica), apenas nada de lo perdido se reintegra a Bleichert: tal vez el amor de Kay, que el lector quiere creer recuperable en última instancia, pero desde luego no la fe en su trabajo, y mucho menos en una sociedad corrupta y cruel que es capaz de engendrar monstruos como los que acabaron con la vida e ilusiones de Elizabeth Short, inaccesibles para esa misma maquinaria policial y judicial a la que en su primera juventud se comprometió a servir el protagonista.
Sería una ingenuidad pretender que el cine comercial americano (me atrevería a decir más, cualquier cine comercial de cualquier cinematografía que pretenda hacer negocio) pudiera reflejar con justeza el sombrío panorama de injusticias, sevicias y corrupciones que dibuja James Ellroy en esta implacable novela. La violencia explícita y reiterada que recorre La dalia negra, el crudo retrato de desigualdades sociales que pueblan la megalópolis angelina, o los mil y un vericuetos de una investigación policial de enorme complejidad son, ciertamente, irreproducibles por parte de un filme que pretenda ganarse el favor del gran público. Sin embargo, me parece que hubiera sido posible conservar algo de la esencia fatalista y desesperanzada de esta novela en una producción comercial sin necesidad de hacerla pasar por los filtros del glamour y las concesiones a lo políticamente correcto.
Pues eso es lo que ha hecho el guión de La dalia negra cinematográfica: deslizar la configuración del protagonista de la novela hacia terrenos lindantes con la épica, dar un lustre de brillantez y glamourosa fascinación a una historia esencialmente sórdida, y pasar de puntillas sobre la enorme cantidad de detalles de la trama (la brutalidad policial, la marginación de grupos sociales enteros, como los mexicanos, los negros o los homosexuales y lesbianas) que ponen un contrapunto feroz al retrato habitualmente complaciente y positivo de una sociedad tan henchida de sentimientos de triunfo y autosatisfacción como la norteamericana de los años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial.
De todos esos pecados, el más grave me parece el primero, porque no hay héroes en La dalia negra novelística, ni nada que se les parezca. Bleichert es un hombre atormentado, sobrepasado por las circunstancias, cuya obsesión por el asesinato de Elizabeth Short nace de un irreprimible sentimiento de culpa (para ingresar en la policía, tras el ataque nipón a Pearl Harbour, tuvo que hacerse perdonar los antecedentes filonazis de su padre, a costa de enviar al campo de concentración a dos amigos de ascendencia japonesa). Tampoco hay un desenlace positivo, de esos que recompensan la virtud y castigan el vicio, sino el reconocimiento palmario y amargo de que hay zonas opacas a la acción de la justicia, de que la corrupción mina las entrañas del sistema político y judicial, y de que los hombres y mujeres se mueven por pasiones –la ambición, el odio, la adicción a la violencia– que tienen muy poco de edificante.

Con todo, en el protagonista de la novela de James Ellroy hay una cierta grandeza, que brota de un compromiso primario, visceral, a prueba de decepciones y miserias, con una noción de la justicia entendida como el descubrimiento de la verdad, y no tanto como reparación (en realidad imposible) del mal causado. A esa tarea se entrega Bleichert con una devoción sin fisuras, que en cierta medida lo redime de sus culpas, de sus flaquezas y de los accesos de violencia y ofuscación que de vez en cuando lo persiguen. Por otra parte, aunque la novela es pródiga en personajes corrompidos, taimados y falaces (todos mienten y la verdad se oculta tras sucesivas capas de mentiras), también hay algún personaje noble, de enorme estatura moral, como el agente Russ Millard, tan comprometido como Bleichert en la búsqueda de la verdad y la justicia, pero mucho más equilibrado, sereno y entero que el protagonista.
Por fascinante que sea el recorrido que propone James Ellroy por la cara oculta de los oropeles de Hollywood, a través de los estercoleros morales de una sociedad obsesionada con el éxito, y sólo brillante en la superficie, lo más valioso de La dalia negra es, a mi modo de ver, su construcción novelística. El relato avanza con ritmo firme y con una indudable seguridad narrativa a lo largo de casi quinientas páginas llenas de personajes, escenarios e incidentes. Esa seguridad es imprescindible en un relato cuyo argumento, como suele ocurrir en las novelas del escritor norteamericano, es de una complejidad sólo comparable con la habilidad del autor para urdir un espeso tejido de pistas e indicios sin dejar ni un solo cabo suelto. Aunque en algún caso el efecto pueda resultar algo artificioso, es todo un espectáculo comprobar cómo el narrador toma detalles mínimos de la trama, que se han mencionado doscientas páginas atrás, y los vincula habilísimamente con datos recién descubiertos, para iluminar éstos con una luz reveladora.
Con estos alardes narrativos, tan característicos de su obra narrativa y tan fascinantes para el lector, James Ellroy consigue reconciliar los genios, casi contradictorios, de la novela negra y del relato policial clásico: a la verdad se llega desde el impulso áspero y febril del detective endurecido en la vida de las calles, en un esfuerzo que tiene algo de irracional y enloquecido, pero también a partir de un análisis minucioso y experto de un conjunto de pistas gigantesco (qué imagen la del motel El Nido, un auténtico museo de los horrores donde sucesivos agentes policiales acumulan las pruebas del asesinato de Betty Short), que sólo podría desentrañar la inteligencia lúcida y sobrehumana de un Sherlock Holmes.
Tal vez el detective Bleichert no sea tan inteligente o intuitivo como Holmes, pero no hay duda que es mucho más apasionado y tenaz. En esa mezcla de inteligencia y pasión con que Bucky Bleichert aborda su caso se encuentra, quizá, la única justicia a la que puede aspirar el triste destino de esa mujer desgraciada e ilusa que fue La Dalia Negra, y la verdadera belleza de esta espléndida y oscurísima novela.
James Ellroy, La dalia negra, Barcelona, Ediciones B (Col. «Zeta-Policíaca», 487-1), 2006, 462 páginas.
Es que una película es como otro libro distinto, una reinterpretación del original en todo caso. No ví la peli, pero a ver si consigo leer el libro. Por tu entrada, me da que merece mucho la pena.
Hace tiempo leí una novela con muchos de los ingredientes que mencionas. Lo que pasa que no recuerdo al autor. No me extrañaría que fuese de Ellroy. ;)
Atención, Corsaria, con James Ellroy. A mucha gente le resulta insoportable, por la violencia que preside sus relatos, y por lo complejo de sus tramas. La dalia negra no es su novela más difícil de leer, pero hay que mantener la concentración.
Coincido contigo en que toda adaptación cinematográfica es una reinterpretación del original, pero no a cualquier coste. A mi modo de ver, la película de Brian de Palma es muy poco fiel al espíritu de la novela.
Lei hace unas semanas La Dalia Negra y la verdad es que disfrute mucho con su lectura.
Gracias con tus consejos literarios, sigue así.
Gracias a ti por hacerme caso, Víctor. James Ellroy es un novelista que engancha.
A ver si logro coger ritmo con la reseña de libros, actividad que en los últimos meses he dejado un poco abandonada. El problema es que es bastante más fácil leer que reflexionar por escrito sobre lo leído.
Un abrazo.