Miguel Delibes fue uno de los primeros escritores “serios” al que leí, por recomendación de un excelente profesor de Lengua (y de otros muchos saberes académicos y de la vida) en el colegio de los Escolapios de Pamplona, al que en alguna otra ocasión he mencionado en este blog: el padre Jesús Guergué. Quizás por esa razón la figura y la obra del escritor vallisoletano están asociadas en mi memoria no sólo a los inicios de la experiencia lectora, sino al interés por el estudio de la lengua y la literatura y la formación de la vocación docente. Ese primer libro era La mortaja, en la inolvidable edición de “El Libro de Bolsillo” de Alianza, con portada de Daniel Gil, y dio lugar a una anécdota muy celebrada en nuestra adolescencia, pues nuestro profesor nos había recomendado que acudiéramos a una conocida librería pamplonesa, a la cual llegó un compañero con una petición verdaderamente insólita: “quiero la mortaja de Guergué”.
Nunca me olvidaré de la impresión que me produjeron aquellos cuentos, de la estupefacción callada y temerosa del jovencísimo Senderines ante la imagen del corpachón muerto de su padre, en la novela corta con que se abre el volumen, de la entrañable relación que establecen a través de la radio de onda corta los protagonistas de “El patio de vecindad”, de los niños curiosos y un poco perversos que alimentan con lecherines a “El conejo”, de la terrible escena de caza en “La perra”, de los diálogos vivísimos que recorren las páginas más logradas de muchos de estos cuentos, y de la singular emanación emotiva que más tarde supe reconocer como uno de los rasgos característicos de la obra narrativa de Miguel Delibes.
Años después llegarían otros libros de cuentos, novelas y adaptaciones teatrales (cito en el mismo desorden en que acuden los títulos a mi memoria): El camino, Cinco horas con Mario, La hoja roja, Las ratas, Los santos inocentes, Las guerras de nuestros antepasados, La partida, Viejas historias de Castilla la Vieja, 377A, madera de héroe, Siestas con viento Sur, El príncipe destronado, El disputado voto del señor Cayo, libros todos ellos que me gustaron mucho (El camino fue, durante años, lectura de cabecera sobre la que volvía una y otra vez). De todas las obras de Delibes que cayeron en mis manos sólo se me resistieron Parábola del náufrago, que abandoné al poco de comenzarlo, y, lo que quizás resulte más sorprendente habida cuenta de su reconocida calidad y del hecho de que para muchos constituye la mejor obra del autor, El hereje, una obra que se me indigestó y que, a pesar del esfuerzo que le dediqué, nunca pude terminar.
Ahora que acaba de morir, lamento sinceramente no haber leído nada o casi nada de Miguel Delibes en los últimos diez años y haber ignorado obras tan emblemáticas como Señora de rojo sobre fondo gris y la mayor parte de sus muchos libros de viajes y de los que dedicó al tema de la caza, su gran pasión. Es verdad que el cada vez más hondo silencio del escritor a partir de El hereje lo alejó de los titulares de prensa y de los escaparates de las librerías, pero no lo es menos que cualquier lector que se precie de considerarse como tal, y más si es profesor de Lengua Castellana y Literatura, no debería haberse olvidado de sus obras.
Trato vanamente de disculparme a mí mismo repasando el índice del último libro de Delibes que compré –la recopilación de su narrativa breve, que editó en 2006 Menoscuarto Ediciones, con el título de Viejas historias y cuentos completos–, y vuelvo a emocionarme al releer la escena en que el Senderines, con la seria responsabilidad del niño que de repente se ve expulsado de la infancia, amortaja a su padre muerto. Que la mortaja de Miguel Delibes sean los cielos interminables de Castilla, los campos y pueblos que tan bien conoció, la devoción de su extensa familia y el cariño unánime –qué difícil es lograr esa unanimidad, no a la hora de la muerte, sino de la vida- de sus muchos millones de lectores. Descanse en paz un gran escritor y un hombre bueno, en compañía de Ángeles Castro, la señora de rojo sobre fondo gris que a buen seguro le estará esperando a su llegada a la otra orilla.
Antonio dice
Delibes forma parte de la educación literaria de varias generaciones, quizá gracias a la labor de cientos de docentes más o menos anónimos que recomendaban sus novelas. Hoy ha quedado descolgado o relegado al Bachiller. Las novelas de Delibes les parecen a los alumnos de la ESO historias de otro mundo, casi tan lejano como la Edad Media; la morosidad en la descripción, los personajes del terruño con ese casticismo sentimental, son incompatibles con una cultura en la que prima la velocidad y el consumo instantáneo. Sólo queda el consuelo de que tal vez de adultos, alguno se atreverá a descubrir estas novelas, cuando se valore más el tiempo detenido que el frenesí de las horas consumidas.
jaimemarlow dice
Leí El Camino cuando tenía 13 o 14 años. Fue por prescripción escolar, pero aún me acuerdo de pasajes enteros. Años después leí Los santos inocentes y también me encantó.
Curiosamente, El Hereje también me costó. Lo terminé, pero me gustó bastante menos que El Camino y Los santos inocentes.
Cuánto me queda por leer, Dios…
laia dice
A mí también me impactó la noticia de su muerte. Me gustí mucho El hereje y en cambio nada Las Ratas, otra de las obras clave, tendré que bucear más en sus otros títulos
Eduardo Larequi dice
Delibes es un buen ejemplo de lo que puede hacer por la literatura (por la buena literatura) la institución escolar, con todos sus defectos, arbitrariedades y obligaciones a cuestas. Vuestros comentarios, Antonio, Jaime, Laia, lo demuestran.
Silvia González Goñi dice
Había olvidado por completo el libro La mortaja, que debí de leer con 12 ó 13 años. Ahora siento más su pérdida.
Inmaculaca Camacho dice
Ha sido un referente para varias generaciones de lectores que, además, se han formado como personas al calor de sus personajes. La blogosfera se ha volcado en el reconocimiento a este gran escritor. No se merecía menos.