
El pasado viernes me enteré por El País de una noticia que no sé si ha tenido en la blogosfera educativa el eco que a buen seguro merece: el comienzo de la publicación, por parte de la Editorial Crítica, de una monumental Historia de la literatura española en nueve volúmenes, coordinada por José-Carlos Mainer. Es, como han destacado todas las reseñas y notas de prensa, la primera obra de estas características que se publica en tres décadas, y si a ello se le añade la personalidad y la impresionante trayectoria académica del catedrático de la Universidad de Zaragoza, autor del sexto volumen de la serie (Modernidad y nacionalismo. 1900-1939), se comprenderá mi interés por este grueso volumen de algo más de 800 páginas e impecable encuadernación.
Claro está que no se compra un libro de estas características para devorarlo de una sentada, sino más bien para leer algunos capítulos de especial importancia –por ejemplo, el prólogo general y la introducción, ambos interesantísimos, con ese inimitable “toque Mainer” que aúna perspicacia, rigor intelectual y apabullante dominio de las fuentes- espigar entre sus capítulos y tenerlo a mano, en lugar destacado de la biblioteca. Así lo he venido haciendo desde el pasado sábado, y debo subrayar que me parece muy atinado el tono ensayístico que recorre la obra, voluntariamente aligerada de notas y referencias bibliográficas en busca de un público “que quiere ir más allá de la divulgación al uso y que busca panoramas estimulantes, críticos y no cerrados” (p. X).

También resulta muy prometedora la disposición del contenido de esta primera entrega, en cuatro partes que definen el armazón conceptual de los siete volúmenes iniciales del proyecto: la primera, titulada “Letras e ideas”, persigue el objetivo de fijar los rasgos esenciales del pensamiento literario de cada época; la segunda, denominada “La construcción de los escritores”, se pregunta “por los grados de su profesionalización y reconocimiento público o por la imagen que tienen de sí mismos…” (p. XII); la tercera, “Los autores y las obras”, contiene la historia literaria en sentido estricto, es decir, “una secuencia narrativa cronológica en la que se ha procurado que las obras y su análisis sea el eje del relato (ibid.); y la cuarta, “Textos de apoyo”, que reúne aquellos documentos que “ayuden a la comprensión de las constantes de la época de referencia, aunque también al entendimiento de autores de primera magnitud” (ibid.).
Para quienes no lo conozcan, éste es el plan de publicación de la obra:
- Edad Media, de Juan Manuel Cacho Blecua y María Jesús Lacarra (previsto para mayo de 2011).
- Siglo XVI, de Bienvenido Morros (febrero de 2011).
- Siglo XVII, de Pedro Ruiz Pérez (mayo de 2010).
- Siglo XVIII, de María Dolores Albiac (abril de 2011).
- Siglo XIX, de Cecilio Alonso (noviembre de 2010).
- Modernidad y nacionalismo (1900-1936), de José Carlos Mainer (ya a la venta).
- Siglo XX (1939-2010), de Jordi Gracia y Domingo Ródenas (septiembre de 2010).
- Historia de las ideas literarias en España, de José María Pozuelo (octubre de 2011).
- El lugar de la literatura española, de Fernando Cabo Aseguinolaza (septiembre de 2011).
Seguro que no es necesario encarecer la importancia de esos dos volúmenes finales, que constituyen probablemente la novedad más interesante de un proyecto editorial a cuyo desarrollo habremos de estar muy atentos. Cierto es que cada volumen vale sus buenos 35 euros, pero a juzgar por la calidad del primero, no me cabe la menor duda de que es un dinero muy bien invertido.

En uno de los textos de apoyo del volumen que acabo de comentar, la entrevista titulada “Federico García Lorca y el teatro de hoy” (pp. 723-725), señala el poeta granadino: “Me paso escuchando la radio casi todo el día. La luz y la radio me encantan” (p. 723). Conociendo la (crítica) fascinación lorquiana por los inventos y creaciones de la modernidad, no me parece demasiado audaz la suposición de que si Lorca viviera, habría acogido con gozosa curiosidad la aparición de Internet y muchos de los fenómenos asociados a la Red, como por ejemplo la publicación en formato digital de obras literarias.
Viene esto a cuento de otra sorpresa con la que me encontré en la prensa del pasado fin de semana. Nada menos que un artículo publicado en Babelia sobre la creciente moda de versiones “zombis” de clásicos de la historia de la literatura, entre ellos Orgullo y prejuicio, el Lazarillo de Tormes y La casa de Bernarda Alba. Algún colega bloguero, como Antonio Solano (Toni, qué envidia me da tu genio a la hora de titular las entradas), y los comentaristas de su cada día más imprescindible blog, ya han escrito casi todo lo que podía escribirse sobre el fenómeno, así que me limitaré a señalar aquí, pues no he leído las parodias de Austen y del anónimo que se citan en el artículo, que para este modesto aficionado a las películas y los libros de muertos vivientes y otras criaturas semejantes (véanse mis reseñas de 28 días después, 28 semanas después, Soy leyenda y Guerra Mundial Z. Una historia oral de la guerra zombi), La casa de Bernarda Alba zombi, de Jorge de Barnola, Roberto Bartual y Miguel Carreira, es una deliciosa gamberrada literaria, especialmente por la parodia de las típicas introducciones a las ediciones comentadas, como las de la colección “Letras Hispánicas” de la editorial Cátedra, cuyas inconfundibles portadas también han sido imitadas y burladas en la versión zombi con finísima precisión.
No creo que la revisión muertoviviente del drama lorquiano (a diferencia de los otros dos, su existencia hasta la fecha se reduce al consabido PDF) vaya a ser un éxito arrollador, y menos entre las jóvenes generaciones –para disfrutar de ella conviene haber leído la obra teatral original, y además no es un texto particularmente fácil o accesible–, pero lo cierto es que tiene su gracia, y además abre una vía fructífera para otras invenciones del mismo tenor. Hace quince años una parodia semejante la hubieran conocido cuatro gatos, pero gracias a Internet, los blogs y el boca a boca, el fenómeno de las versiones sanguinolentas (o góticas, o policíacas, o sicalípticas, o en formato microblogging) lleva camino de convertirse en una ola arrolladora.
Quién nos dice que algún bloguero insigne no se pone a la tarea y se anima a entregarnos títulos tan imperecederos como los que proponen Serenus Zeitbloom o el propio Antonio Solano: El discurso del Método y los Resucitaos, la Crítica de la Razón Pura para muertos vivientes, El banquete zombi, Pesadilla en Walden Wood, El capital («proletarios zombis del mundo…»). Quizás no haya que llegar tan lejos, y nos baste, tal como propone Marcos Cadenato con estupenda retranca, con la recreación de personajes claves de nuestras letras, a saber: «un don Quijote zombi -¿más, dirán algunos?, una Celestina zombi, un Augusto Pérez zombi -¿más aún, apostillarán otros-…». Que no decaiga.
Ya ves qué curioso: También yo leí la reseña de la obra de Mainer, a quien sigo desde mi época universitaria, pero en esta ocasión me dio una pereza enorme. Llegué a pensar (como se insinúa en el artículo) que esas grandes obras en papel no tienen apenas sentido en esta época de información constantemente actualizada. Yo mismo apenas consulto ya la otra enciclopedia de Crítica, la coordinada por Rico (en realidad era una antología de la crítica), pues casi siempre me vence la comodidad de la red. Aun así, es posible que nos planteemos comprarla para la biblioteca algún día. De hecho, Cecilio Alonso, coordinador del volumen del siglo XIX fue profesor mío en la facultad.
En cuanto a los zombis, se agradecen tus palabras. El Lazarillo Z ya ha empezado a circular entre mis colegas y espero sus críticas. Tienes mucha razón en cuanto a la difusión de estas obras; fíjate en un par de días cómo estamos ya con ello. Me hubiese gustado que todo esto coincidiera con una época de mayor sosiego para dar rienda a alguna propuesta bloguera, pero andamos con el calendario al rojo vivo. Quizá valga la pena proponer un verano zombi; el 2010 podría declararse año de la zombicultura, ¿no?
No estoy tan seguro de que los libros en papel, y sobre todo estas grandes síntesis del estado de la cuestión, hayan perdido su vigencia y su sentido en la era digital. De hecho, yo creo que son tan necesarias como siempre, porque ayudan a clarificar un panorama cada vez más complejo e inabarcable, contribuyen a separar el grano de la paja, proponen (o consolidan) nuevos modelos de lectura e interpretación, etc. Otra cosa es que hayamos perdido el hábito de su consulta, porque la información más inmediata (que no siempre es correcta, o adecuada), la tengamos a unos pocos clics de distancia.
Ayer hablábamos en la oficina de los modos y técnicas de lectura y trabajo intelectual, y uno de mis compañeros señalaba la imposibilidad (o enorme dificultad) de trabajar con varios textos digitales, de hojearlos, de intercambiarlos físicamente, de «manipularlos», tanto en sentido metafórico como literal. Todavía no es posible el sentarse ante una gran mesa digital y manejar una gran cantidad de documentos de forma análoga a lo que hacemos con el papel. Como sabes, me gusta mucho la ciencia ficción y me chiflan las pelis donde aparecen maravillosos interfaces digitales (Avatar, sin ir más lejos, o la excelente Minority Report), pero no creo que esos dispositivos e interfaces estén tan a la vuelta de la esquina como algunos auguran.
De las celebraciones zombis poco voy a decir, porque ya hemos charlado y reído en nuestros respectivos tuiteos.
De lo sublime, no he podido resistir la tentación y ayer me compré el primer volumen (6). He leído el prólogo y poco más y también me ha gustado. Espero impaciente el volumen de Historia de la ideas literarias; o con morriña de aquellos años en los que fui alumna de Jose Mª Pozuelo.
De lo gamberro, creo que no seré capaz de leer ninguno, y me pica la curiosidad, pero me dan mucho miedo los muertos vivientes y no me gusta la sangre.
Un saludo.
Anímate, Loly, con el delicioso escalofrío de las historias de zombis. Quien las prueba, ya no las puede dejar.