La serie del superhéroe disfrazado de ratón ciego (pues éste es el significado del étimo de «murciélago») acaba de completarse en nuestras pantallas con su última entrega, Batman begins, un episodio retrospectivo (una precuela, si cedemos al barbarismo) que explica con gran detalle los atormentados antecedentes de la infancia y juventud del enmascarado volador: los cómos y los porqués de su disfraz, de su doble identidad, de su afán justiciero y su aversión al crimen, del origen de su fortuna y de los fascinantes artefactos que maneja.
He empezado escribiendo sobre ratones, pero también podría escribir sobre toros, máxime en estas fechas de tensión presanferminera, en las que las salas de cine pamplonesas manifiestan una preocupante atonía que precede a la masiva deserción de los espectadores durante las fiestas (¡con lo bien que viene el aire acondicionado en días de bochorno sahariano como los que venimos padeciendo!). Y digo lo de los toros porque Batman begins, desafiando la castiza certidumbre del refranero, no hace honor a la sabia máxima taurina de que «no hay quinto malo».
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