En El País de ayer publicó Enrique Murillo un artículo titulado «Virtudes de un vejestorio» (no pongo el enlace porque remite a la sección de pago del sitio, qué rabia), en el que el editor, traductor y novelista barcelonés comienza por ironizar sobre la cien veces predicha y nunca cumplida extinción del libro y acaba arremetiendo contra la iniciativa de Google Books de escanear los fondos completos de importantísimas bibliotecas y ofrecerlas al público.
No seré yo quien le enmiende la plana a Enrique Murillo, que tal vez no ande del todo desencaminado respecto a la paradójica amenaza que esta iniciativa de Google representa para el negocio del libro y las librerías, tal como ahora mismo está concebido. En una de las primeras entradas de este blog, saludé el proyecto de Google con entusiasmo, pero estoy dispuesto a desdecirme, una y mil veces si hiciera falta, si Murillo tiene una pizca de razón en sus afirmaciones. Al fin y al cabo, un servidor siente, en su faceta mitómana, una irreprimible fascinación por ese objeto real, que no virtual, de milenaria tradición, que es el libro. Ponerlo en riesgo, y con él a la industria que lo hace posible, sería para mí un motivo de vergüenza.
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