Últimamente voy de extremo-oriental por la vida. Veo películas americanas habladas en japonés, leo novelas de Haruki Murakami (terminé Tokio Blues hace poco, y ahora mismo estoy disfrutando de Kafka en la orilla) y hasta me atrevo con filmes como el que vi el pasado lunes, The host (cuyo título original es Gwoemul, ‘monstruo’ en coreano), del director surcoreano Joon-ho Bong.
Para ser una película de monstruos, es bastante original, y sanamente rompedora de las asentadas convenciones del género: el bicho, una especie mutante, híbrida de pez y anfibio, y capaz de ciertas acrobacias de simio, se muestra en su primera aparición a plena luz del día, sin las cautelas y las timideces que consagraron clásicos como Tiburón o Alien; los encargados de liquidarlo son gente común y corriente, sin ninguna habilidad especial para la lucha contra lo monstruoso, y prácticamente no existe ninguna concesión a la exhibición de artefactos destructivos o a la glorificación de la eficacia militar. Tampoco es un film que se deleite en lo sangriento, aunque sí en lo repugnante: a falta de sangre, muy escasamente vertida, hay varias secuencias particularmente repulsivas, de un realismo y una falta de pudor insólitos en el cine occidental.
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