Hay ciertos temas que es difícil abordar desde el ámbito de la ficción. Parece como si la transformación en ficciones de ciertos sucesos, de ciertos relatos, los despojara de su verdadera identidad y los convirtiera en una especie de simulacro, de reflejo pálido e insustancial, o bien en un retrato deformado y mentiroso, en una caricatura. El sufrimiento de las víctimas del terrorismo etarra, y la enfermedad moral que ha hecho posible la perduración de esa violencia durante más de cuarenta años (una enfermedad que es tanto causa como consecuencia del dolor infligido a las víctimas) pertenecen a esa categoría de temas que se resisten al imperio de la ficción.
O al menos se resistían hasta la publicación de Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu, una espléndida colección de diez cuentos, de diez relatos secos, escuetos, demoledores, que resuenan en la conciencia del lector como durísimos aldabonazos. No creo que sea la primera obra literaria en adoptar decididamente la perspectiva de las víctimas del terrorismo etarra, pero desde luego que constituye un punto de partida para una tarea que la literatura española contemporánea (y no digamos nada de la literatura vasca) tiene pendiente: la toma en consideración del sufrimiento y el envilecimiento de la convivencia debidos a una violencia en la que se mezclan, en proporciones difíciles de medir, el odio ideológico, la xenofobia, el fanatismo revolucionario y el puro matonismo.
Últimos comentarios