No era uno de mis cineastas favoritos, pero hay dos películas suyas que me gustan mucho, y sobre cuyas mejores escenas vuelvo a menudo, siempre con una emoción muy especial. No estoy del todo seguro, pero creo que supe de la existencia de ambas por el programa de José Luis Garci Qué grande es el cine, cuyo hueco en la programación es una de las causas que me han hecho desertar de la pequeña pantalla (otra es el blog, pero de este asunto trataré otro día, con más calma).
La primera es Marty, de 1955, la historia de un carnicero tímido y bonachón, que consigue librarse de la influencia de una madre posesiva y de un círculo de amigos insoportables, para comprometerse con la muchacha a la que ama (la adorable Betsy Blair, que poco después intervendría en Calle mayor, a las órdenes de Juan Antonio Bardem). Marty se llevó, merecidísimamente, cuatro Oscar de la Academia de Hollywood: a la mejor película, al mejor actor principal (Ernest Borgnine, en una actuación sorprendente para muchos espectadores, que sólo lo creíamos capaz de papeles exagerados y truculentos), al mejor director y al mejor guión original. Quizás les resulte un poco anticuada a los jóvenes de hoy en día, a pesar de su realismo casi documental (o precisamente por eso; hay muchos chavales que huyen del realismo como de la peste), pero es una historia admirable, profundamente educativa, con una calidez y sinceridad muy poco habituales.
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