Bueno, el martes volví de París, una ciudad que me ha dejado casi agotado por la espera en las colas, ubicuas e interminables, y los embates del mal tiempo (frío, lluvia, viento y, en algunas ocasiones, todo a la vez). Como ésta no es una bitácora de temas turísticos, ni un diario de viajes, no consagraré en ella las impresiones de estos seis días en la capital del vecino país, aunque sí quisiera poner de relieve una idea que ya he anotado en una respuesta a dos comentaristas habituales del blog: que París no es lo mejor de Francia, ni mucho menos. Hay algo (o mucho) de fetichista en la universal mitificación de la ciudad del Sena. Por supuesto, es una ciudad bellísima e impresionante por muchos motivos, pero como escenario turístico resulta a menudo agobiante y a veces poco amistoso.
Lo que sí he podido comprobar en París, con íntima y hasta un poco perversa satisfacción, es que se puede vivir perfectamente sin un blog, sin escribir en el blog propio y sin acercarse a los blogs habituales. No sin algún esfuerzo de auto represión de los bajos instintos, he conseguido mantenerme alejado de la bitácora, a pesar de haber entrado en un cibercentro de la Rue de Odessa, cercano al hotel donde nos alojábamos, para comprobar mis cuentas de correo (atestadas de spam, cómo no) y conocer más detalles sobre la vuelta de ETA a sus canalladas habituales. Que todavía quede gente que les supone capaces de sentarse a una mesa de diálogo y prescindir del argumento de las pistolas y los explosivos me parece más sorprendente que su último bombazo.
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