Hace tiempo que tenía ganas de leer algo de la escritora norteamericana Donna Leon, cuya serie policíaca protagonizada por el comisario veneciano Guido Brunetti ha tenido un éxito espectacular de público y, por lo que yo sé, también de crítica. El pasado sábado, en la Feria del Libro de Pamplona, Pilar me hizo el favor de quitarme la chirrinta con un par de novelas que compró para ella, y que una vez fichadas en nuestra base de datos (esto sí que sería motivo para un meme grandioso de la blogosfera educativa: compartir nuestros catálogos informáticos), me cedió graciosamente. Se trata de Vestido para la muerte y Pruebas falsas, de 1994 y 2004, respectivamente, que constituyen la tercera y decimotercera entregas de la serie.
Como soy un lector muy poco sistemático, bastante compulsivo y muy aficionado al género policial, me lancé con avidez sobre la primera, a pesar de tener sobre el escritorio un montón de libros con credenciales más prestigiosas y, desde luego, con más antigüedad. Lo leí no de un tirón, pero casi. A las 11,30 horas de la noche del domingo ya lo tenía acabado, e incluso me había dado tiempo para practicar esa actividad que tanto nos gusta a los fans de los relatos policiales: releer los episodios claves para la identificación del asesino.
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