
El arranque de este 2006 que apenas si acaba de desperezarse no ha sido demasiado pródigo en sorpresas cinematográficas, y eso que he hecho lo posible por atender la cada vez más variada oferta de las carteleras, con una película canadiense, una italiana, otra francesa y dos norteamericanas.
Quería haber añadido a la lista alguna española, aunque no fuera más que por un elemental deber patriótico y para compensar la pérdida de cuota en pantalla que, si hacemos caso de las noticias publicadas en prensa, ha experimentado la cinematografía nacional en 2005. Sin embargo, entre que todavía estoy escarmentado del fiasco de Los 2 lados de la cama, y que ninguno de los títulos españoles disponibles me sedujo lo suficiente, lo he dejado correr.

A juzgar por el resultado de mi selección, tengo que concluir que me va fallando el ojo clínico, pues nada de lo que he visto se merece la proverbial descarga de cohetes propia de estas fechas. La peor, para mi gusto, ha sido la primera película, Tierra de pasiones, una producción histórica canadiense que presenta de forma muy crítica la absorción de la colonia de la Nueva Francia (lo que actualmente es la provincia de Quebec) por parte de la corona inglesa, todo ello entreverado con los vericuetos de una tristísima historia de amores desgraciados por la que pululan en notoria confusión indígenas americanos, colonos franceses e ingleses despiadados. Aunque muy ambiciosa sobre el papel, lo que he visto en la gran pantalla no supera la categoría de un dramón inconsistente e irregular. Parece ser que la copia que ha llegado a nuestras carteleras estaba muy mutilada con respecto al original, y ello tal vez explique las quiebras de una historia que, a juzgar por lo que yo he visto, carece de atractivo y de gancho.

Quizás la más satisfactoria de las cinco películas haya sido la que vi en segundo lugar, Manuale d’amore, de Giovanni Veronesi, una simpática comedia italiana que aunque no sea una maravilla por lo menos hace reír con sus historias de pasiones, infidelidades y amores perdidos y renovados. Todo muy italiano y mediterráneo, con sus personajes exagerados, a la vez fatuos y vulnerables, su pizca de sal gruesa, su griterío y su gestualidad vehemente. Una película graciosa, dicharachera, con actores poco conocidos pero muy eficaces, recorrida por un vitalismo y una espontaneidad que, por muy calculadas que sean, no vienen nada mal para combatir los excesos navideños y la habitual resaca tras la Nochevieja.

La tercera peli en la lista fue La joya de la familia, dirigida por Thomas Bezucha. Espíritu navideño en grandes dosis, como es propio de la época, pero también una lectura ácida e inteligente, aunque un tanto blandita, de las relaciones de familia, y de ese momento tan peculiar en la vida que es la presentación del novio o novia ante los futuros suegros. Lo mejor de esta producción norteamericana es, sin lugar a dudas, su espléndido reparto, en el que brilla una Sarah Jessica Parker que demuestra lo sumamente atractiva (en todos los sentidos de la palabra) que puede ser una actriz sin un físico apabullante. Lo peor, las concesiones a la corrección política, que aquí se plasman en el edulcoramiento con que se presenta a uno de los hijos de la familia Stone y a su compañero homosexual. Con todo, una cinta recomendable, que aconsejo ver como segunda parte de un hipotético programa doble, junto a La cosecha de hielo.

Jarhead. El infierno espera, de Sam Mendes, fue la cuarta del año. Película decepcionante, a mi modo de ver, pues a pesar de sus intenciones y de su realismo resulta fría, sin el vigor ni la perfección formal de su referente inmediato (La chaqueta metálica, de Kubrick, algunos de cuyos motivos y líneas de diálogo reproduce casi al pie de la letra). Se ha hablado y escrito mucho en las últimas semanas acerca de su protagonista masculino, Jake Gyllenhaal, pero a mí me pareció un tostón, con un cuerpazo impresionante, sí, pero un rostro inexpresivo y anodino, que no ayuda a que el respetable sintonice con esa historia de marines instalados en la rutina de sus bases en el desierto arábigo, durante la primera Guerra del Golfo. De toda la película, bastante aburrida, yo sólo me quedo con dos imágenes: la de los soldados que acampan por la noche junto a unos pozos de petróleo en llamas, a quienes la lluvia negruzca convierte en estatuas de bronce animadas, y la de su orgiástica celebración del final de la guerra, a tiro limpio, con las ráfagas de trazadoras sobre el negro cielo del desierto.

La última de la serie ha sido El imperio de los lobos, una producción francesa que reúne algunos (pocos) de los méritos de la cinematografía gala y bastantes de sus defectos habituales, como la tendencia a la retórica y a la vacuidad. Su interesantísimo comienzo, que mezcla elementos sicológicos y futuristas, en una atmósfera de thriller enigmático y asfixiante, acaba derivando hacia una trama de agentes dobles o triples, policías rudos y organizaciones mafiosas, entre la inevitable cacofonía de explosiones, tiroteos y situaciones más bien inverosímiles que suele exigir este tipo de historias. Es una lástima que las cinematografías europeas se esfuercen con tanto ahínco en este tipo de imitaciones de los productos norteamericanos: normalmente no salen bien, y siempre acaba por vérseles el plumero.

También he hecho alguna incursión en la pequeña pantalla, de mano de la Cuatro y de los ocho episodios de la serie Roma que se han puesto en antena hasta la fecha (hoy mismo se emitirán el noveno y el décimo). Probablemente la serie no es tan brillante como me pareció en un principio, pero tampoco puedo decir que me sienta decepcionado. Ahí sigo, fiel a las aventuras de los dos personajes que más me gustan, el centurión (ahora prefecto) Lucio Voreno y el legionario Tito Pullo, que no pierden ocasión de meterse en todos los fregados y de salir airosos de ellos: ahí es nada, dejar escapar a Pompeyo, motu proprio, tras la derrota de Farsalia, y salir indemnes de la furia de Marco Antonio y César. Coincidiendo con la emisión de la serie, he aprovechado para leer Los idus de marzo, de Thornton Wilder, que narra los últimos días del mandato de Julio César bajo un prisma intimista y doméstico que supone un interesante contrapunto al enfoque épico habitual. Al indudable atractivo que presenta la novela para los aficionados a la historia romana, hay que sumar sus valores literarios, con una construcción narrativa a base de retazos de cartas, diarios e informes, que forman un mosaico complejo y fascinante.
El apartado de entretenimiento lo he rematado con la compra de un ordenador de salón, un HTPC Fujitsu-Siemens Scaleo E, que he conseguido conectar, tras no pocos quebraderos de cabeza y tropezones con la maraña de cables, al vídeo, al DVD Home Cinema y a la tele. No está mal el invento, que resulta fácil de manejar (a costa de incorporar a la «piel» del Windows Media Center unas opciones de configuración demasiado limitadas para mi gusto) y de potencia nada desdeñable. La grabación de programas de televisión es sencillísima, a través de la guía interactiva que se activa una vez conectado el equipo a Internet. Otra cosa es el formato de grabación, que genera unos enormes archivos, de extensión DVR-MS, que tendré que aprender a editar para eliminar anuncios y demás porquería. Desde mi punto de vista, lo mejor del HTPC es su capacidad para reunir los mundos del ordenador y la televisión. Una vez conectado a mi red inalámbrica, he descargado el reproductor de vídeo gratuito VLC Media Player, que es capaz de lidiar con casi todo, y sin necesidad de recurrir al interfaz del Windows Media Center (que para determinados propósitos es un incordio), he conseguido reproducir a pantalla completa archivos de vídeo DIVX, OGM y MPG y de audio en diversos formatos exóticos, que tenía almacenados en otros equipos de la red. Por supuesto, el reproductor de DVD con su salida Home Cinema sigue siendo imbatible a la hora de enfrentarse con DVDs originales, pero es una gozada la flexibilidad de uso que proporciona un PC conectado a la tele. Hombre, Pilar hubiera querido poder editar sus exámenes y sus comentarios de texto sin levantarse del sofá, pero está claro que ni el teclado inalámbrico del Scaleo E ni el interfaz de Windows están pensados para trabajar en tales circunstancias.

Habrá que esperar un tiempo para comprobar si esta tecnología cuaja, y si se confirman sus posibilidades didácticas, pues es innegable que representa una interesantísima fórmula de convergencia entre el mundo tele-vídeo-DVD y el mundo PC. Un escenario futuro de aulas multimedia dotadas de HTPCs y grandes pantallas de televisión no parece en absoluto lejano. Sólo hace falta que bajen los precios del hardware y que mejoren las prestaciones y funciones de los interfaces multimedia, al estilo del Windows Media Center o de las alternativas opensource que ya están disponibles, como MediaPortal.
Para hacer un poco de patria (chica), ya que la productora está en mi calle y el casting se hizo en todos los institutos de Sevilla (incluidos el mío y el de mi hija, que se presentó) recomiendo a los seguidores de la página «Siete Vírgenes». Probablemente no sea una gran película, pero mis alumnos de barriada sevillana se han sentido enormemente identificados con ella, les ha tocado la fibra, cosa que no el habitual. Y ya que barro para casa, os pongo un enlace con una carta que le han publicado a mi hermana en El País Andalucía: «Siete Vírgenes y la educación pública»
http://www.elpais.es/articulo/elpepiautand/20051230elpand_7/Tes/Siete%20v%EDrgenes%20y%20la%20educaci%F3n%20p%FAblica
Cambiando de tema. Antes que desaparezca de la cartelera, mi mejor película de las vacaciones: «Gente de Roma» de Ettore Escola. Falso documental, declaración de amor a la ciudad, personajes conmovedores, humor, drama, un pedazo de vida.
Feliz año, Elisa, y gracias por tu comentario. Acabo de leer la carta de tu hermana, llena de razón y buen sentido. Y en cuanto a Siete vírgenes, la verdad es que me han podido los prejuicios. El Ballesta me cae muy gordo, y además he oído alguna crítica bastante desfavorable. En fin, ya me gustaría llegar a todo.