Creo que en esta ocasión el título de la reseña era casi inevitable, porque La dalia negra, la película de Brian de Palma que se estrenó el pasado viernes con gran despliegue de promoción en nuestras carteleras, no cumple, ni de lejos, las expectativas creadas entre los aficionados al cine negro, ni resiste tampoco la comparación con aquella magistral película del género que fue La dalia azul.
Casi nada de lo esencial en una película funciona adecuadamente en esta lujosísima producción: el argumento puede competir en enrevesamiento con el de cualquiera de los originales novelísticos de James Ellroy, pero sin la singular intensidad de aquéllos; las interpretaciones son difusas, carentes de la fuerza y la capacidad de convicción que exige este tipo de historias, y la ambientación, a pesar de la riqueza de medios y la belleza de la fotografía, resulta a menudo algo artificiosa y manierista (no sé si en ello habrá tenido que ver el hecho de que el Hollywood de 1947, escenario de los sucesos que relata la película, haya sido recreado a partir de un rodaje que se llevó a cabo en Sofía, Bulgaria).
Para ser fiel a la verdad, tengo que reconocer que mi propia decepción ha tenido mucho que ver no sólo con el elevado nivel de las expectativas que me habían creado los cortos promocionales y las muy abundantes informaciones previas al extremo (qué peligro tienen los tráilers), sino también mi devoción por los thrillers clásicos y mi conocimiento previo de la obra narrativa de James Ellroy y de algunas de las adaptaciones cinematográficas de sus novelas. Conviene precisar que mi descubrimiento del novelista norteamericano fue bastante tardío, pues no tuve ninguna noticia suya hasta el estreno de Los Ángeles Confidencial, en 1997. Tras ver esta espléndida película me metí entre pecho y espalda, casi de un tirón, la que da título al filme de y otras tres: Réquiem por Brown, Jazz blanco y Chantaje en Hollywood. Fue una experiencia agotadora, que no sé si estaría dispuesto a repetir, pero tengo que reconocer que Ellroy me impresionó, pues se trata de un novelista apabullante, violento, durísimo, cuyos relatos, siempre al borde de la desmesura, son, además, técnicamente muy ambiciosos y a menudo difíciles de seguir.
No me cabe ninguna duda de que Ellroy es un novelista difícil de adaptar al cine, tanto por lo violento de sus imágenes y su lenguaje como por la complejidad de sus tramas y la carga crítica que transmiten. Ahora bien, tampoco se trata de un objetivo imposible, y la mejor muestra de ello la tenemos en el caso de una película tan reciente y de tanto éxito como L.A. Confidential. Curtis Hanson y el guionista Brian Helgeland consiguieron reducir la complejidad narrativa de la novela a un relato denso pero accesible, que mantenía la fuerza del texto original a cambio de algunas simplificaciones aceptables y de un final muy rotundo, aunque al mismo tiempo mucho más complaciente y notoriamente menos corrosivo que el del original.
No he leído La dalia negra (una obra clave en la producción novelística de Ellroy, que hasta cierto punto está inspirado por un hecho tan trascendental para la vida del novelista como el asesinato de su madre) y desconozco, por tanto, hasta qué punto es fiel el guión de La dalia negra a la novela. Lo que sí puedo decir, en mi modesta condición de espectador de cine, es que me costó Dios y ayuda mantener la atención con el desarrollo de la trama (Pilar, menos masoquista y mucho más pragmática que yo para este tipo de asuntos, se desentendió de los vericuetos del argumento a la media hora), y que bastante antes del final me perdí. No atribuyo nuestra pérdida a un fallo exclusivo de la película, que seguramente se merecerá verla por segunda o tercera vez, dentro de unos años, pero sí creo que no se puede culpar a los espectadores por que hayan decidido tirar la toalla y desconectar una parte considerable de sus sinapsis neuronales para dedicarlas a tareas más prácticas y menos fatigosas.
Tal vez sea por la frialdad del relato, por sus toques manieristas, por lo inapropiado del reparto o acaso por alguna otra razón que no acierto a definir, pero creo que resulta bastante obvio que La dalia negra se atraganta. La historia no cuaja y camina a trompicones; el retrato social, siempre tan importante en Ellroy, se desvanece en elementos anecdóticos, y los personajes se hacen esquivos, distantes y antipáticos (que como seres humanos lo sean no significa en modo alguno que el espectador no pueda vincularse a ellos emocionalmente). Tendría que ver la película otra vez (la verdad, no me apetece mucho hacerlo) para explicar con más precisión algunos de estos fallos, pero a falta de detalles me referiré al capítulo actoral, que a mi modo de ver resulta mucho más evidente que otros.
En este sentido, hay que decir que ninguna de las interpretaciones de los protagonistas son mínimamente convincentes. Sí, todos sabemos que las comparaciones son odiosas e impertinentes, pero no hay modo de negar que la actuación de Josh Hartnett palidece ante el despliegue portentoso de energía y convicción que llevó a cabo Russell Crowe en L.A. Confidential, por no hablar de la actuación espasmódica de Aaron Eckhart, tan diferente y tan inferior a la que en su día realizara Guy Pearce, o la desvaída interpretación de Scarlett Johansson, que no tiene punto de comparación posible con la de la fascinante Kim Basinger en la película de 1997. Sólo Mia Kirshner, en su papel de la «dalia negra», y sobre todo una Hilary Swank tan atractiva como hiperbólicamente caracterizada (vampiresa de gestos teatrales y lenguaje continuamente provocador, cuya doblez se adivina desde el primer fotograma en que aparece) sostienen sus respectivos personajes, a pesar de que el que le ha tocado en suerte a la actriz norteamericana se resiente de rasgos demasiado exagerados, casi de tebeo en ciertas ocasiones. Tampoco ninguno de los secundarios de La dalia negra se hallan a la altura que exigiría una película con vocación de clásico: la de Brian de Palma no tiene, ni de lejos, nada comparable a ese festín de magníficas actuaciones que ofrecía a manos llenas L.A. Confidential, con actores en auténtico estado de gracia como Kevin Spacey, Danny DeVito o los inconmensurables David Strathairn y James Cromwell.
Algún lector podrá objetar sensatamente que estoy valorando la película de Brian de Palma con un objetivo desenfocado, y que no hay por qué compararla, en todos y cada uno de sus detalles, con la de Curtis Hanson. El reproche vale, pero sólo hasta cierto punto, y me explico. Para empezar, parece imposible desligar La dalia negra de L.A. Confidential, porque ambas novelas forman parte del llamado “cuarteto de Los Ángeles”, un ciclo narrativo, ambientado entre 1940 y 1950, que integran los dos libros citados, junto con Jazz blanco y El gran desierto.
Y es que, además, la película de Brian de Palma no permite eludir la comparación con la de Curtis Hanson. Antes al contrario, creo que la persigue en muchos momentos, no sólo como consecuencia prácticamente inevitable de la proximidad de los argumentos, de los tipos humanos (hay personajes comunes entre las dos películas; voy perdiendo memoria y no consigo retener todos los nombres, pero hay uno que no me ha pasado desapercibido: me refiero al fiscal Ellis Loew, aquel tipo estirado y corrupto al que los agentes White y Exley de L.A. Confidential están a punto de tirar por la ventana de su despacho; pues bien, vuelve a aparecer aquí, tan desagradable como siempre) y de los escenarios novelísticos, sino por otros muchos detalles propiamente cinematográficos, tales como la fotografía, la música, el vestuario y diversos detalles de la puesta en escena, que recuerdan mucho a los de la cinta de 1997. Es imposible que a un cinéfilo impenitente como a Brian de Palma le hayan pasado desapercibidas tantas coincidencias. Más bien creo que son voluntarias, y que obedecen a un legítimo propósito de búsqueda de una unidad de estilo, tono e intención que respetaría el espíritu original de la tetralogía angelina de James Ellroy. Es una pena que las buenas intenciones no hayan ido acompañadas, en esta ocasión, de resultados equivalentes.
Nos queda, en cualquier caso, un thriller de gran brillantez formal, que tal vez exija, con suficiente tiempo y perspectiva de por medio, una revisión a fondo. No será la primera vez que esto ocurre con las películas de Brian de Palma, tan baqueteadas por la crítica en primera instancia. Y nos queda también una hermosa partitura de Mark Isham, que, apoyada en leves ecos de la banda sonora de Jerry Goldsmith para L.A. Confidential, consigue secuencias casi poéticas, de inequívoca capacidad de sugerencia. Lástima no tener el CD a mano, para escucharla, una y otra vez, mientras paladeo un bourbon con hielo (metafóricamente, claro, porque a mí no me me gustan ni el whisky ni otros licores de su cuerda).
[…] En su faceta de actor, Woody Allen nunca me ha convencido del todo, entre otras razones porque cualquiera que sea su papel siempre se interpreta a sí mismo, pero tengo que admitir que en el personaje de Sid Waterman, un mago de tres al cuarto, convertido malgré lui en padre de una pizpireta e inteligente reportera cuasi juvenil (Scarlett Johansson, mucho más acertada aquí que en La dalia negra) realiza una interpretación magnífica, hasta el punto de lograr un personaje entrañable. La escena en que este torpe automovilista acude a salvar a su “hija”, embutido en el estrecho habitáculo de un diminuto Smart británico, naturalmente con el volante a la derecha, tiene un tono de gag, un aire como de slapstick o un episodio de cine mudo (aunque en este caso trágicamente rematado), y vale, en definitiva, por toda una película. […]