Más de una vez me he retratado en los sitios web en los que escribo (Lengua en Secundaria hasta hace un par de años, y más recientemente en este blog), como un seguidor apasionado, aunque algo vergonzante, del novelista y cineasta norteamericano Michael Crichton, que falleció el pasado día 4 de noviembre en Los Ángeles, a causa del cáncer, con apenas 66 años.
Lo primero que sentí al enterarme de su muerte fue aturdimiento y estupor. Su aspecto de atildado profesor universitario, su apostura (2,06 metros, según su ficha biográfica en la IMDB), sus maneras de intelectual educadísimo, su eterna juventud aparente, le hacían parecer invulnerable a los estragos del tiempo y de la edad. Sin embargo, incluso a Crichton le ha llegado, a edad relativamente temprana, la hora de la muerte, sin que los milagros de la ingeniería genética y la biotecnología, a los que dedicó algunas de sus mejores páginas y varias de entre sus películas más célebres, hayan podido librarle del acecho de la Parca.
No he leído todas sus novelas, pero sí una parte significativa: Devoradores de cadáveres (1976), Congo (1980), Esfera (1987), Parque Jurásico (1990), El mundo perdido (1995), Punto crítico (1996), Rescate en el tiempo (1999) y Estado de miedo (2004). De entre todas ellas, mis favoritas son Devoradores de cadáveres y, a muy corta distancia, Parque Jurásico, que fue la primera que leí, si no recuerdo mal siguiendo los casi siempre atinados consejos de Fernando Savater.
He de reconocer que no todos esos libros me gustaron; por ejemplo, a pesar de mi fascinación por la tecnología aeronáutica, me aburrí soberanamente con Punto crítico, y tampoco me acabó de convencer la mezcla de intriga y discurso ideológico de Estado de miedo. Sin embargo, recuerdo perfectamente haber pasado noches en vela, agarrado al embozo de la cama, devorando (valga la redundancia) Devoradores de cadáveres, Parque Jurásico, Esfera o incluso Congo, que es una novela debilísima, pero con todo y con eso apasionante.
Quiero pensar que, salvando las inevitables distancias y con todas sus limitaciones a cuestas, Crichton era algo así como un humanista del Renacimiento trasplantado a la era contemporánea. De hecho, hay pocos escritores populares (o de cualquier otra filiación), que tengan un currículo tan completo y variado como el suyo: médico, novelista, ensayista, cineasta, guionista de cine y televisión, conferenciante y polemista bregado en mil batallas dialécticas.
Echaremos de menos las novelas de Crichton y sus versiones cinematográficas, su figura larguirucha y elegante, y sus intervenciones públicas, a menudo valerosamente enfrentadas al marasmo de la opinión general, como pueden comprobar los lectores que dominen el inglés en el larguísimo vídeo que figura al final de esta entrada (aunque resulte difícil creerlo, tenía 64 años, tal como confiesa en el minuto 43:20 de la entrevista).
No tengo la menor duda de que en el cielo de los escritores le estarán esperando todas sus criaturas de ficción para darle la bienvenida: androides vengativos, hordas de neandertales anacrónicos, virus extraterrestres, gorilas y velocirraptores inteligentes, viajeros del tiempo atrapados en el medievo y hasta una enigmática esfera de otro mundo, deseosa de plantearle un enigmático acertijo que él mismo, en vida, no fue capaz de desentrañar.
Descanse en paz, Michael Crichton.
panta dice
Estoy apenado, no tenía ni idea de su muerte.
He leído poquito suyo, lo último Next y me gustó su descripción del voraz ambiente de las empresas biotecnológicas.
Eso sí, siempre recordaré la impresión cuando de niño vi la amenaza de andrómeda.
Es un curioso ejercicio colocarse en su mente, como médico y como creador de ciencia ficción en el momento de saber que va a morir y conocer ,tal vez, los pocos años que le separarían de una cura.
Saludos.
PE : se echaba de menos una entradita de estas ;)
Eduardo Larequi dice
Qué coincidencia, Panta, yo también recuerdo la impresión que me hizo La amenaza de Andrómeda, que vi por primera vez en el cine del colegio de los Escolapios de Pamplona, donde estudié. Es una película seca, fría, con un tono realista y desapasionado muy convincente.
No eres el único que echa de menos estas entradas, porque yo soy el primero en añorarlas. A ver si consigo tranquilidad suficiente para volver a las viejas costumbres.
Antonio dice
A quienes, como tú, se prodigan en diarios nacionales como El País, auténtico best-seller de la cotidianeidad, se les perdona el elogio de Crichton y de cuantos escritores de masas como él quisieres hablar. A ver cuándo me regalas una reseña de George R.R. Martin, aunque sea de la serie incompleta.
Eduardo Larequi dice
No estoy solo en El País, sino en muy buena compañía, sobre la que hablaré esta tarde en el blog (y que conste que no están en el artículo todos los que somos).
En cuanto a la saga de G.R.R. Martin, tomo nota de la sugerencia, aunque estoy disfrutando tanto de su lectura, que ni pienso en lo que leo. Los comentarios sarcásticos de Tyrion Lannister, las maldades de Cersei, las épicas batallas, las insondables amenazas que acechan al otro lado del Muro de Hielo, el fuego seductor (en todos los sentidos de la expresión) que porta consigo Danaerys Targaryen… Ah, qué gozada de novela.
La única pega que le encuentro (independientemente de su extremada longitud, claro) es que se trata de una obra mucho menos «inocente» que otras de fantasía, sobre todo si la miramos desde la perspectiva de los chicos y chicas a los que se la recomendamos. Yo soy poco gazmoño en el ámbito de la literatura, pero conviene andarse con ojo, no vayan a protestar algunos padres pudibundos por una novela donde las hazañas sexuales de los protagonistas, el lenguaje soez y algunos asentados tabúes, como el del incesto, campan a sus anchas.