En más de una ocasión he repetido, con firmeza probablemente digna de mejor causa, una boutade que en su momento oí atribuir a Juan Benet: que la única forma civilizada de escuchar música es oírla “enlatada”, en un soporte bien grabado y editado, que se pueda disfrutar a resguardo de las molestias del directo, de las toses de la concurrencia, las incómodas butacas de los salas de conciertos y los ocasionales fallos de los instrumentistas.
Por muchas razones de orden práctico, la comodidad entre ellas, sigo la frase atribuida a Benet como si fuera un axioma, y de aquí que un servicio como Spotify se haya convertido en uno de los recursos de la Red que utilizo con más frecuencia, a veces de forma casi compulsiva. No obstante, tengo que reconocer que tampoco le hago ascos a un buen concierto, sobre todo cuando forma parte del programa la música de alguno de mis autores o artistas favoritos. Es el caso del compositor y director norteamericano John Williams, a cuyas bandas sonoras ya he dedicado alguna que otra entrada de este blog.
El pasado domingo a mediodía, gracias a una cuña publicitaria en la radio, me enteré por pura chiripa de que el Auditorio de Barañáin había programado para el día siguiente un concierto de la Film Symphony Orchestra, una agrupación musical española, con sede en Valencia, que tiene como loable objetivo el de “acercar la música sinfónica al gran público a través de un hilo conductor tan universal como el cine”. El concierto ofrecía un completo programa de las más conocidas bandas sonoras de John Williams, así que, sintiéndolo mucho y para consternación de Pilar (pues yo había cocinado el plato principal y ella había preparado la mesa), dejé a medio terminar el suculento bacalao con patatas del que estábamos dando cuenta, y me apresuré a comprar dos butacas a través del correspondiente servicio de venta online. Afortunadamente la transacción fue rápida y pude terminar el bacalao antes de que se enfriara. A partir de ese momento, me limité a contar con expectación las horas que faltaban para el concierto y a repasar en mi discográfica la enorme producción musical del compositor americano.
Acudimos al concierto con tiempo suficiente para aparcar con tranquilidad y tomarnos un tentempié. La previsión no estuvo de más, porque como nos ocurre siempre cuando vamos a Barañáin, nos perdimos, lo cual nos obligó a hacer la consulta de rigor a los viandantes. Entonces tuvo lugar una sabrosa escena costumbrista en la que participamos nosotros dos, una señora mayor empeñada en hacernos ver que su nieta estaba entrenando en el Polideportivo de la localidad, y que dicha instalación estaba cerca del Auditorio, y una cuarta señora, bastante más joven que la anterior, que discutió la afirmación de su convecina con argumentos muy sólidamente fundados, pero no más apasionados. Pilar disfrutaba de lo lindo con la situación, pero yo empezaba a ponerme nervioso. Al final hicimos caso de la señora más joven (que resultó estar mucho mejor orientada) y enseguida dimos con el Auditorio y una providencial plaza de aparcamiento en sus cercanías.
La crisis se nota en todo, y lamentablemente los conciertos para públicos no mayoritarios no son una excepción. En la platea se veían muchos huecos, aunque los asistentes supimos compensarlos con una acogida calurosa a la orquesta y una entrega incondicional a su repertorio. De hecho, ni Pilar ni yo recordamos haber escuchado nunca unos resoplidos de satisfacción tan elocuentes –auténticos bufidos en los que se mezclaba la tensión contenida y el gozo– como los que profirió, al término de varias de las piezas de la segunda parte del programa, una persona de edad madura que se sentaba a nuestra derecha. Sin llegar a semejantes raptos de entusiasmo, debo reconocer que me rompí las manos de aplaudir y no tuve empacho de gritar, a voz en cuello, los “¡bravo!” de rigor.
Todo lo cual no quita para hacer notar que la actuación de la Film Symphony Orchestra presentó más de un punto mejorable: varios fallos de afinación en los metales, ciertos momentos en los que las cuerdas no sonaban tan empastadas como debieran, y una exuberancia tan evidente a la hora de atacar las marchas del programa (entre ellas, las de 1941, El Imperio contraataca y Superman), que en alguna de ellas el conjunto ofrecía unas sonoridades más propias de una banda que de una orquesta sinfónica.
También eché en falta en el programa del concierto algunos de mis temas favoritos, como por ejemplo, el de Siete años en el Tíbet (cada vez que escucho el chelo de Yo-Yo Ma se me ponen los vellos de punta) o la apabullante “Parade of the Slave Children”, de Indiana Jones y el templo maldito (siempre he creído que este número haría las delicias de cualquier comparsa de las fiestas levantinas de moros y cristianos), pero reconozco que en el contenido espacio de algo más de dos horas, no se puede dar entera satisfacción a todos los fans de John Williams. A cambio de esas ausencias. el director Constantino Martínez-Orts y los setenta músicos de la orquesta nos deleitaron con una amplia y variada representación de la música de Williams (para no extenderme demasiado, remito de nuevo al programa publicado en la web de la FSO), culminada por dos espléndidos bises: el humorístico tema principal de La terminal, con la participación solista de un clarinetista que tenía un envidiable sentido del ritmo y de la presencia escénica, y la ya citada y celebérrima marcha de Superman.
Guardo en el teléfono móvil varias instantáneas del concierto, pero son de calidad tan dudosa que prefiero ilustrar esta entrada con tres vídeos que reproducen otras tantas actuaciones de la FSO. El primero fue grabado durante el concierto al que asistimos, y corresponde al delicado tema principal de Memorias de una geisha; el segundo, que registra la interpretación del maravilloso «Flight to Neverland» de Hook (una de las piezas que mejor representan la magia de la música de Williams y su fecunda asociación con Steven Spielberg), se grabó durante el concierto matinal que ofreció la FSO el día 11 de marzo, en el Auditorio Palacio de Congresos de Zaragoza; el tercero, en el que la orquesta interpreta “Across the Stars”, una de las más hermosas melodías del compositor norteamericano para la banda sonora de El ataque de los clones, fue interpretado el día 30 de mayor de 2017, en Cartagena.
Deseo todo lo mejor para el proyecto de la Film Symphony Orchestra y para su director. Que llenen las salas de conciertos, que tengan muchos éxitos y que vuelvan pronto por Navarra, con un programa que dé cabida a algunos de entre los mejores compositores de bandas sonoras cinematográficas. Me atrevo a sugerir nombres como los de Bernard Herrmann, Dimitri Tiomkin, Miklós Rósza, Nino Rota, Elmer Bernstein, Georges Delerue, John Barry, Maurice Jarre, Danny Elfman, Howard Shore, Ennio Morricone, James Horner, Dave Grusin, Henry Mancini, Michael Nyman, Thomas Newman, Michel Legrand, Jerry Goldsmith, Alan Silvestri, James Newton Howard, Mark Isham, Hans Zimmer, Alberto Iglesias, Rachel Portman, Alexandre Desplat o Michael Giacchino. Hay tanto y tan bueno donde elegir…
(@elarequi) (@elarequi) dice
Publicada una crónica del concierto de la Film Symphony Orchestra en el Auditorio de Barañáin: http://t.co/7SbfG8Jx