En más de una ocasión he repetido, con firmeza probablemente digna de mejor causa, una boutade que en su momento oí atribuir a Juan Benet: que la única forma civilizada de escuchar música es oírla “enlatada”, en un soporte bien grabado y editado, que se pueda disfrutar a resguardo de las molestias del directo, de las toses de la concurrencia, las incómodas butacas de los salas de conciertos y los ocasionales fallos de los instrumentistas.
Por muchas razones de orden práctico, la comodidad entre ellas, sigo la frase atribuida a Benet como si fuera un axioma, y de aquí que un servicio como Spotify se haya convertido en uno de los recursos de la Red que utilizo con más frecuencia, a veces de forma casi compulsiva. No obstante, tengo que reconocer que tampoco le hago ascos a un buen concierto, sobre todo cuando forma parte del programa la música de alguno de mis autores o artistas favoritos. Es el caso del compositor y director norteamericano John Williams, a cuyas bandas sonoras ya he dedicado alguna que otra entrada de este blog.
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