Ayer por la noche, los restos de la tormenta Gordon no me dejaban conciliar el sueño. El golpeteo de la lluvia en los cristales y el ruido de las persianas agitadas por el viento me ponían nervioso. Así que me levanté, tomé recado de escribir y me puse a cavilar, Pilot en la boca, sobre alguna entrada ligera y ocurrente para la bitácora.
Recordé mis hazañas versificadoras de otros tiempos (en Monzón, mi primer destino como profesor, me gané la atención y tal vez el respeto, de los alumnos, tras una jornada borrascosa, con un soneto que compuse para ellos), y decidí elaborar un breve poema sobre mi bitácora. Helo aquí, en sucesión de redondillas rematadas por una quintilla final, que es combinación clásica y de probados efectos.
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