La publicación de esta novela ha sido saludada, tanto por el público anglosajón como por el de España e Hispanoamérica, con un entusiasmo que sólo es comparable a sus colosales dimensiones1. Tal circunstancia no tendría nada de extraña en un mundillo tan devoto de su causa como el de los aficionados a la ciencia ficción, especie ya rara en sí misma (utilizo el adjetivo en su sentido axiológico, valorativo, y no en el estadístico, pues no somos tan pocos los que disfrutamos del género), pero ocurre que a esta recepción entusiasta se ha sumado la de otro grupo mucho más raro (en todos los sentidos): me refiero a la estirpe de los hacker, esa tribu caracterizada por su déficit de habilidades sociales, sus caóticos hábitos alimentarios, las tendencias paranoicas y la propensión a padecer el síndrome del túnel carpiano en sus estadios más agudos2.
Se me ocurre, sin embargo, que la acogida brindada a Criptonomicón por unos y otros no carece de una dimensión irónica que sin duda hará feliz a su autor, puesto que la ingente novela de Stephenson guarda con la ciencia ficción un parentesco más que dudoso, como más adelante trataré de probar. Extremando tal vez el sarcasmo, sugiero complementar la afirmación de la portada del primer volumen de la edición española, donde se declara que Criptonomicón es “la novela de culto de los hackers”, con la propuesta de que los esquizofrénicos adopten El Quijote para su particular santoral.
- Aunque la novela apareció en la edición norteamericana (Cryptonomicon, Avon Books, mayo de 1999) en un único volumen de algo más de 900 páginas, la versión española ha sido publicada por Ediciones B en tres volúmenes. Con una leve adaptación a la ortografía española, se ha mantenido el título original (Criptonomicón), aunque cada uno de los volúmenes lleva el añadido de un subtítulo, a saber: I. El código Enigma, II. El código Pontifex y III. El código Aretusa). Entre los tres suman un total de casi 1100 páginas.[<-]
- La especie existe, no es un lugar común. Podría citar algún ejemplo real bien próximo (que el lector piense por su cuenta), pero prefiero esgrimir otra clase de argumento, representado por una reciente novela de éxito, la descacharrante Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusell, cuyo protagonista manifiesta un comportamiento antisocial y un toque paranoide (que tiene ocasión de manifestarse en una historia de tramas secretas, códigos criptográficos en Internet e inquietantes construcciones subterráneas) no demasiado diferente al de unos cuantos personajes de la novela de Stephenson. Y por lo que concierne al famoso síndrome del túnel carpiano, que destroza las muñecas de los adictos a los ordenadores, no es cosa de tomárselo a cachondeo, a juzgar por el aviso que figura en el teclado inalámbrico de Logitech que hace poco regalamos a mi padre con motivo de su septuagésimo quinto cumpleaños. No me resisto a la cita literal: “ADVERTENCIA: Ciertos expertos creen que el empleo de cualquier tipo de teclado puede ocasionar lesiones graves”.[<-]
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