Esta mañana, cuando iba a trabajar, me ha abordado un joven de unos treinta años, alto, moreno y de inequívoco acento magrebí, que me ha preguntado en un correcto español si sabía dónde estaba cierta empresa, pues tenía que hacer algunos trámites en ella. Me sonaba vagamente que tenía su sede en el centro de Pamplona, pero no lo sabía con suficiente precisión, así que he sacado del bolsillo mi HTC HD2, he entrado en Google (figura 1) y he buscado su dirección.
Cuando le he explicado adónde tenía que ir, el joven me ha respondido que no conocía bien esa parte de Pamplona, y me ha pedido que le diera alguna orientación complementaria. No es que estuviéramos muy lejos de la empresa, pero el recorrido no era fácil de señalar, así que he vuelto a tirar del smartphone, y he buscado con Google Maps (figura 2) su punto de destino. A continuación, he seleccionado el itinerario entre éste y el lugar que nos encontrábamos, y le he enseñado la ruta que debía seguir. No estoy seguro de que mi interlocutor haya podido ver con claridad todas las indicaciones (aunque el HTC HD2 es el dispositivo con pantalla más grande de su gama, no es un ordenador, ni una televisión), pero lo cierto es que me ha dado las gracias con mucha alegría y se ha dirigido hacia donde yo le había encaminado.
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