Quienes de un modo u otro nos hemos convertido en propagandistas de las Tecnologías de la Información y la Comunicación y de las bondades de Internet en la actividad educativa, haríamos bien en preguntarnos todos los días si los modos de pensar, trabajar y relacionarnos que fomentamos, las propuestas que hacemos, los servicios, aplicaciones y herramientas que divulgamos, son siempre los más adecuados, los más rentables desde el punto de vista pedagógico e incluso los más educativos, en el sentido más general del término.
Es una reflexión que me hago a menudo, aunque no siempre la admito abiertamente o la sitúo en el lugar que requiere. Por ejemplo (y si esta declaración se entiende como una crítica va en primer lugar contra mí mismo, porque soy partícipe de la contradicción e incluso la he propagado con los medios a mi alcance), más de una vez he creído que la utilización de recursos TIC en actividades de fomento de la lectura en el ámbito escolar no deja de ser un contrasentido, porque de la misma manera que aprendemos a andar andando, y a montar en bici pedaleando (y cayéndonos, y arañándonos las rodillas y los codos), debiéramos enseñar a leer leyendo libros y comentándolos, en vez de propiciar actividades que a menudo tienen con el acto de la lectura personal (y con las condiciones singulares de atención, concentración y silencio que tal acto exige) una relación más bien marginal, episódica o artificiosa.
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