Cómo iba a resistirme a título tan goloso como éste, con su flagrante dilogía y sus resonancias exóticas y peliculeras. No obstante, me apresuro a aclarar, para que no me acusen de insensibilidad hacia los rayados felinos, que no me he ido de cacería a ningún parque jurásico. Mi modesto coto de caza se reduce al ordenador, el blog y la conexión a Internet, que me han servido para hacer un sencillo experimento.
Y era un experimento que llevaba tiempo intentando realizar: comprobar cómo se ve La Bitácora del Tigre y cómo se navega por entre sus vericuetos con un navegador Safari. El problema era, hasta hoy, que yo no tengo a mi alcance uno de esos maravillosos chismes blancos tan apreciados por sus usuarios. Es cierto que siempre podría pasarme por El Corte Inglés y navegar un rato con un elegante MacBook o un potentísimo MacPro (que no suelen estar conectados a Internet, ésa es otra); también podría, abusando de la cara dura y de la paciencia de ilustres maqueros como Luis Barriocanal o Jesús María González-Serna, intentar camelármelos para una tanda de probatinas, pero es evidente que cualquiera de ambas soluciones es muy poco eficaz (y la segunda, además, francamente reprobable).
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