Aunque de manera bastante inconstante y anárquica, ya he tratado unas cuantas veces en La Bitácora del Tigre sobre mis andanzas por la tierra de Tux, el pingüino mascota de Linux. Comencé describiendo la red del Tigre, con sus arranques duales y sus concesiones al ritual del How-To-Pringao, seguí dando la brasa con la instalación de un Guadalinex rebelde y un Ubuntu ligeramente más dócil y terminé con una intervención que ya va convirtiéndose en tópico de los apologistas de este sistema operativo: la instalación del gestor de ventanas Beryl, adornada con las capturas de pantalla de su famoso cubo tridimensional.
Pero lo cierto es que, aparte de probar mil y una distribuciones, casi siempre muy por encima, apenas si había rascado en la superficie de este magnífico sistema operativo. Es verdad que en mi puesto de trabajo me toca a menudo ponerme ante una consola y acceder a equipos remotos (routers, cortafuegos, proxies), pero esta es un tarea bastante repetitiva, que proporciona una visión limitada de los equipos Linux.
Últimos comentarios