Cuando Pilar vuelve del cole por la tarde, y me encuentra en mi rincón, tecleando furioso como un poseso, jugando al Age of Empires o tirado en el suelo, con el destornillador entre los dientes como un pirata informático, envuelto en cables y con pelotillas de polvo entre los rizos, suele saludarme con un achuchón y con su grito de guerra favorito: «¡qué tal está el Tigre en su guarida!»
Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores ratos del día, el momento propicio para descansar del frenesí bloguero, de las inacabables estrategias conquistadoras (yo siempre juego con los españoles, que tienen galeones de gran alcance y puntería mortífera) y de esos minuciosos ajustes de hardware que tanto me gustan, aunque en realidad constituyan una versión moderna y descafeinada del mito de Sísifo.
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