Como señala el título, ésta es la entrada número 600 del blog y la que hace el número 97 de entre las que he dedicado a una de mis aficiones más constantes, los libros y la literatura. Tal vez no lo parezca, si se atiende a mi producción habitual en los últimos tiempos, pero la de libros es la categoría que considero más representativa del auténtico espíritu de esta bitácora. Si no la pongo en práctica más regularmente es porque, como ya he señalado en más de una ocasión, cada vez me cuesta más tiempo y esfuerzo encontrar el estado de ánimo y la concentración adecuados. Soy, además, víctima de malos hábitos lectores, pues suelo leer varios libros a la vez, y raras veces tomo las notas imprescindibles para acometer la reseñas de los libros más largos o de más fuste, que requieren ideas bien asentadas y hasta cierto soporte documental.
Aprovecho el párrafo precedente, que no es más que una versión un tanto pedestre de la clásica captatio benevolentiae, para pedir de mis lectores una dosis de comprensión adicional. Habida cuenta de que estamos en verano, de que el calor y la galbana aprietan, les ruego que me permitan celebrar el sexcentésimo artículo del blog, y el nonagésimo séptimo de la categoría de libros, con un texto poco habitual, una suerte de reseña múltiple de los que he leído durante la temporada estival. Como el texto resultante ha resultado más largo de lo previsto, lo dividiré en dos artículos: éste y el que publicaré mañana, si mis planes no se tuercen.
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