Si hay que tomarse en serio la boutade del crítico John Sutherland (véase el capítulo 20, «Autoridad crítica», de su libro 50 cosas que hay que saber sobre literatura, Ariel, 2011, pp. 86-89), uno de los deportes nacionales de la Inglaterra contemporánea consiste en poner a caer de un burro al escritor Ian McEwan. No consigo entender el porqué de semejante inquina, pues he leído cuatro de sus libros (Expiación, Chesil Beach, En las nubes y Solar), y todos ellos no sólo me han gustado mucho, sino que además me han parecido de una calidad literaria más que estimable, tal como puse de relieve en las correspondientes reseñas de este blog. Más vale que, como también apunta Sutherland, hay otra variante de ese apasionante deporte inglés (aunque no debe de tener tantos practicantes como la anterior), que consiste en reclamar para cada uno de sus libros el Premio Booker, que ya fue ganado por McEwan en 1998, por su novela Amsterdam).
A McEwan se le podrá acusar de muchos pecados literarios –que no siempre brilla a la misma altura, que algunos de sus puntos de vista narrativos son cuestionables, que a veces sus libros no cumplen con las expectativas de los lectores–, pero no me parece razonable poner en solfa su extraordinario talento como narrador. En Solar, su último libro publicado en España, sus dotes como novelista –gran capacidad de observación y aguda penetración sicológica, una mirada muy certera sobre la sociedad contemporánea, manejo muy competente del ritmo narrativo, maestría en el uso de todo tipo de técnicas y recursos literarios, un humor chispeante, y por momentos brillantísimo– se revelan a cada paso, y hacen de la lectura una experiencia muy gratificante, que yo recomiendo sin reservas.
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