Hoy he mantenido una breve conversación telefónica de otra época, que me ha hecho pensar. Mi interlocutor era un operario de unos grandes almacenes que había acudido a casa de mis padres para instalarles un televisor nuevo, uno de esos monstruos enormes con pantalla plana y sintonizador TDT incorporado, que sustituye a una antigua tele de tubo, recientemente fallecida de agotamiento y consunción.
Mi madre me ha llamado, un poco nerviosa, para decirme que, según los instaladores, la tele no cabía en el mueble frontal del cuarto de estar. Pilar y yo nos habíamos encargado de la compra en su momento, así que el encaje del aparato en el mueble era para mí casi una cuestión de honor. «Imposible -le he contestado-; anotamos las medidas del mueble y las comprobamos, metro en mano, en la tienda». Al percibir las vacilaciones de mi madre, le he dicho: «pásame con el instalador, por favor».
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