No he escogido el título de esta reseña sólo por el gusto de hacer un juego de palabras, porque el personaje que protagoniza El viento de la Luna, tan parecido al Antonio Muñoz Molina que vivió su infancia, adolescencia y primera juventud en su ciudad natal de Úbeda (Mágina, en el ámbito de la ficción), tiene esa condición soñadora, propensa al vagabundaje imaginativo y a las ensoñaciones, a que alude la expresión proverbial. Y es que además ese muchacho de familia humilde, hijo y nieto de campesinos, que se esfuerza afanosamente por merecer la beca con la que estudia en un colegio privado, está en la Luna en un sentido más literal, como si fuera (como si quisiera ser, en rigor) uno los astronautas -Armstrong, Aldrin y Collins- que protagonizaron la aventura espacial del Apolo 11, culminada, un 20 de julio de 1969, con el alunizaje del módulo lunar Eagle en el Mar de la Tranquilidad selenita.
Los minuciosos detalles de la misión del Apolo 11 constituyen el hilo conductor de la novela, en torno al cual se desarrollan dos niveles de realidad: la de la vida inmediata que rodea al protagonista (las angustias del paso de la niñez a la adolescencia, los estudios en el colegio de curas, las labores cotidianas de una familia de agricultores en el entorno provinciano de la ciudad de Mágina, el recuerdo de hechos trágicos de la Guerra Civil y la posguerra que influyeron decisivamente en su familia), y la de otra vida de imaginación, fantasías y ficciones que el muchacho vive, vicariamente, a través de sus lecturas, de la televisión, de las revistas ilustradas, y los periódicos que llegan a su ciudad, siempre con varios días de retraso.
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