Dos entradas recientes –la una, de Toni Solano, y la otra del Prrofesor Potâchov– han conseguido lo que yo hubiera considerado imposible hace apenas unas semanas: que me decidiera a inscribirme en Twitter, cuyo concepto de microblogging representa poco menos que una antinomia absoluta con respecto a mis propios hábitos de escritura, caracterizados por la verborrea y cierta tendencia a dar vueltas y más vueltas sobre mis temas predilectos.
Pero bueno, más vale tarde que nunca, y hete aquí que el pasado martes me di de alta en este servicio, del que me han sorprendido unas cuantas cosas: en primer lugar, la inmediatez con la que se traba contacto con otros tuiteros, pues al poco de escribir mis primeros gorjeos ya había sido acogido por veteranos del invento (curiosamente, Toni y Néstor entre ellos). La segunda es que la práctica de Twitter exige el dominio de un lenguaje específico, cuya gramática, convenciones y tradiciones todavía no he logrado desentrañar del todo. Y, en tercer lugar, que lo que yo consideraba un servicio de utilidad más bien escasa, por no decir nula, está preñado de posibilidades: entre otras que iré descubriendo, la del contacto inmediato, al estilo chat, pero también la difusión de ideas, de experiencias, y la práctica de técnicas de soporte online que pueden ser muy interesantes para mi trabajo cotidiano.
Últimos comentarios