Con esta novela, de título evocador y al mismo tiempo alusivo a su ambiciosa y compleja arquitectura, Antonio Muñoz Molina ofrece al lector un texto (empleo conscientemente el término en su sentido etimológico, como «tejido» de historias), no precisamente fácil de leer pero ciertamente difícil de olvidar. No es, seguramente, un libro recomendable para un recién llegado al género novelístico o a la obra de Muñoz Molina, ya que exige una atención muy persistente, amén del conocimiento de algunas claves de la biografía del novelista, pero en cambio no hay duda de que representa un poderoso testimonio de la madurez técnica, expresiva y temática de su autor y de la vitalidad de la actual narrativa española.
En Sefarad se combinan elementos de procedencia dispar y aun heterogénea —lo (auto)biográfico, lo ficcional, la meditación de carácter ensayístico, la reflexión histórica, la indagación metaliteraria—, hasta formar una mezcla que tiende a borrar, o a ensanchar, si se quiere, los siempre amplios y movedizos límites del género. Si todo ello acaba por constituir materia novelística no es sólo por la potencia consustancial al género (esa especie de saco en el que cabe todo, según la conocida definición barojiana), sino porque esos elementos se integran en una voz narrativa dominante , que los lectores habituales de Muñoz Molina no dudamos en identificar como muy próxima al propio autor. Éste no se ha limitado a acumular materiales de origen diverso, sino que ha conseguido que ficción, autobiografía, ensayo, reflexión, la vida y la novela propia, las vidas y las novelas ajenas, se transformen en historia personal, se incorporen, como parte integrante e indivisible, a la experiencia vital de la instancia narrativa, con lo cual adquieren una estructura y sentido unitarios.
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