Uno de los narradores españoles contemporáneos que más me gustan, y a quien más admiro (entre otras razones porque no sólo es un artista de talento sino también un tipo estupendo), es José María Merino. Tras acabar la carrera, cuando pensaba que mi futuro podría estar vinculado a la docencia universitaria, escribí un par de artículos sobre sus novelas y libros de cuentos. Posteriormente, he seguido con atención su producción narrativa, a la que he dedicado alguna atención en Lengua en Secundaria, con reseñas de su novela El heredero y de los Cuentos de los días raros.
He llevado los relatos de José María Merino a las aulas en varias ocasiones, las más de las veces a través de ejemplos de su narrativa breve que me interesaba comentar como ilustración de diversos fenómenos o géneros narrativos (siempre que puedo, traigo a colación «El niño lobo del Cine Mari», que es uno de mis predilectos, por su delicada poesía, por su conexión con un tema fantástico tradicional y porque en él aparece uno de mis universos imaginarios más queridos, el de la saga de Star Wars). Además de esas incursiones momentáneas, en una ocasión leí y comenté con mis alumnos de 4º de Secundaria un libro completo de José María Merino, en concreto la edición de Cuentos preparada por Santos Alonso para la editorial Castalia, en su colección «Castalia Didáctica».
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